Negros. ‘Logógrafos’. Escritores fantasma. Creadores de frases para la historia. Están detrás de las consignas de Kennedy, Churchill y Luther King. Dan forma y emoción a las palabras de líderes que no tienen tiempo para redactarlas o cualidades para afrontar la hoja en blanco. Al contrario de lo que sucede en el mundo anglosajón, en España viven bajo la sombra del anonimato.
Por: José Luis Barberia / El País de España
Detrás de las grandes figuras políticas, hay orfebres de las
palabras, albañiles de discursos, forjadores de conceptos, fabricantes de
revestimientos intelectuales que, en ocasiones, llegan a acuñar ideas-fuerza o
imágenes poderosas llamadas a perdurar. Y es que no todas las palabras de los
discursos, mítines y conferencias políticas se las lleva el viento de la
historia; algunas continúan en nuestra memoria porque crearon huella en
contextos singulares y conservan el sentido decenios después.
Ahí está la ensoñación de Martin Luther King: “Sueño que mis
cuatro hijos vivirán un día en una nación donde serán juzgados no por el color
de su piel, sino por su carácter”; la descarnada confesión de Winston Churchill
ante el Parlamento británico: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo,
lágrimas y sudor”; la reconvención de John F. Kennedy:“No
preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer
por tu país”; la exhortación de Ronald Reagan a
Mijaíl Gorbachov ante la puerta de Brandeburgo: “Derribe ese muro”.
Son frases-sentencia que han quedado indefectiblemente
asociadas a quienes las pronunciaron. Aunque, en realidad, casi ninguna de
ellas nació de sus mentes ni cobró forma en sus manos. Ennoblecieron y
encumbraron a esas personalidades, a veces de forma inmerecida, pero fueron
creadas por escritores especializados en discursos. Las imágenes de la serie House
of Cards que muestran a Frank Underwood (Kevin Spacey) construyendo
laboriosamente su arenga presidencial resultan improbables dado que las
celebridades políticas carecen del tiempo material suficiente para hacer frente
a sus múltiples compromisos discursivos y, a menudo, tampoco poseen las
cualidades necesarias.
Eso no significa que carezcan de talla política. Hay buenos
políticos poco cultivados y torpes de expresión, de la misma manera que existen
pésimos gobernantes que disponen del “poder retórico”. De hecho, ni Adolfo Suárez escribía
–sus mejores frases salieron de la pluma de Fernando Ónega– ni tampoco lo hacía
John F. Kennedy.
Pensemos en nuestro país y en las intervenciones públicas
del Rey, el presidente del Gobierno, los ministros y altos cargos
institucionales, los líderes políticos y hasta los alcaldes de los grandes
municipios. Lo habitual es que supervisen los borradores que les presentan y,
en todo caso, efectúen algún retoque o modificación. ¿Saben los españoles que
ninguno, prácticamente, de los discursos y manifestaciones políticas de alcance
que han escuchado a lo largo de su vida fueron construidos por quienes los
pronunciaron?
Desde el “Puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez en la
Transición hasta el último discurso de Navidad del rey Felipe, pasando por “Lo
siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir” del rey Juan Carlos tras su
cacería en Botsuana; el “Váyase, señor González”, “España va bien” de José María Aznar; “No
estamos tan mal” de Rodríguez Zapatero en el congreso del partido que le aupó a
la secretaría general del PSOE; “la niña de Rajoy”, y “asaltar los cielos” de Pablo Iglesias.
¿Quiénes son estos escritores, denominados negros, en el
argot literario español, logógrafos, como prefieren ser llamados los actuales
fabricantes de discursos, ghostwriter (escritor fantasma) o speechwriter
(escritor de discursos) en el habla anglosajona, que adaptan su talento y genio
creativo para ponerse en la piel de los dirigentes políticos y mimetizarse en
sus pensamientos? ¿Y quién es el verdadero creador del discurso? ¿El que lo
escribe o el que lo pronuncia con ligeras modificaciones o sin ellas? Aunque se
trata de un secreto a voces, muchos de los políticos de nuestro país, y de
latitudes geográficas o culturales-lingüísticas cercanas, reaccionan con
aprensión ante la posibilidad de que se conozca a sus suministradores de
palabras.
“Si le indicara para qué políticos he trabajado, dejarían de
solicitar mis servicios”, señala el asesor de comunicación David Redoli.
“Prefiero no hablar. A los políticos para los que he trabajado les molestaría
que se supiera que ellos no escribían sus discursos”, indica otro logógrafo en
activo. El tabú persiste, como si admitir estas ayudas resultara vergonzante,
algo que conviene mantener en la penumbra, no vaya a socavar el crédito, la
capacidad y posición del personaje. Al contrario de lo que ocurre en el mundo
anglosajón, estos asesores viven entre nosotros bajo la sombra del anonimato,
sin aplauso ni reconocimiento público y hasta negados en su existencia.
¿Alguien conoce al escritor de discursos de Felipe VI que
más se prodiga en las intervenciones ordinarias? Se llama Frigdiano Álvaro
Durántez Prados, tiene 47 años, es doctor en Ciencias Políticas y autor de
varios trabajos sobre la creación de un espacio de “paniberismo” multinacional
de los países de lenguas ibéricas u originarias de la península Ibérica. En La
Moncloa, donde se supervisan previamente los textos que lee el Monarca, se
elogian los escritos que envía La Zarzuela, pero se niegan a desvelar la
identidad del “joven y cultivado” asesor del Rey. “Los textos de la Casa Real
suelen estar impecablemente escritos”, afirma Jorge Moragas, director del
Gabinete de Presidencia del Gobierno. “Casi nunca requieren de enmiendas, solo
en contadas ocasiones les hacemos alguna sugerencia”. Frigdiano Álvaro Durántez
apunta: “Solo soy un asesor más, este es un trabajo de equipo. El Rey es un
hombre extraordinario, con conciencia y amplios conocimientos. Los discursos
son suyos, él no necesitaría que se los elaboraran”.
En Estados Unidos es bien sabido que el actual guionista de
Hollywood Jon Favreau ha sido uno de los colaboradores más preciados de Barack Obama. Nadie duda
de que el historiador y filósofo Arthur Schlesinger y el abogado Ted Sorensen
agrandaron la figura de John Fitzgerald Kennedy. Y que la periodista británica
Charlie Fern escribió para George W. Bush esta promesa incumplida: “Lean mis
labios; no más impuestos”. A nadie se le escapa al otro lado del charco que la
también periodista Margaret Ellen Noonan, Peggy, dio a Ronald Reagan los
párrafos más notables de sus intervenciones.
Y en latitudes más cercanas, Philip Collins, periodista y
ejecutivo de banca, cuenta en conferencias sus años como asesor de discursos
del expremier británico Tony Blair; es de dominio público que Michael Dobbs, el
autor de House of Cards,
escribió precisamente para Margaret Thatcher discursos que la Dama de Hierro no
siempre apreció; o que el diputado Henri Guaino es el autor de la polémica
frase “África no ha entrado en la historia” que el expresidente de la República
Francesa Nicolas Sarkozy pronunció en Dakar.
Guaino no ha sido el único asesor capaz de arruinar un
discurso político. Basta recordar los “miembros y miembras” de Bibiana Aído y
los “hilitos con aspecto de plastilina” que según Mariano Rajoy, entonces
portavoz del Gobierno, salían del petrolero Prestige cuando se hundió en 2002
tras partirse en dos frente a la costa gallega. Los desaciertos y errores
parecen avalar la tesis de que el autor último del discurso es quien lo asume
como propio y lo pronuncia a riesgo de ser penalizado con el descrédito.
“No soy el autor del optimismo antropológico de ZP [José
Luis Rodríguez Zapatero, expresidente del Gobierno]: hay crímenes que cometen
los negros y otros que cometen los jefes de los negros”, bromea el diputado
José Andrés Torres Mora. “El código de los negros establecido en España nos
impide aparecer. Está muy mal visto que hablemos. Si lo haces, te machacan
llamándote engreído y vanidoso, mientras que el negro de Bill Clinton publica
un libro con sus discursos y a todo el mundo le parece normal. Aquí se supone
que los políticos tienen que saber y hacer de todo”. A juicio de Torres Mora,
está claro a quién corresponde la autoría del discurso: “Yo no puedo cargar con
la gloria ajena. José Luis dijo que yo le había ayudado en los discursos sobre
la guerra de Irak, pero eran suyos porque las emociones eran suyas y el que se
la jugaba era él”.
Todos los presidentes del Gobierno han contado con
escritores, aunque en el caso de Felipe González podía muy bien ocurrir que,
fiándose de su facilidad para la oratoria y la improvisación, se limitara a
ojear los borradores que le preparaban los politólogos del partido José Enrique
Serrano, Julio Feo, Enrique Guerrero o el mismo Jorge Moragas, entonces asesor
de protocolo de La Moncloa y ya iniciado en el campo del discurso. José María
Aznar contó con los oficios del diputado Carlos Aragonés; del entonces
secretario general de la Presidencia, Javier Zarzalejos; del diputado Gabriel
Elorriaga; del politólogo Pedro Arriola y del propio Jorge Moragas. “En uno de
los discursos de Aznar sobre la situación vasca, nos inspiramos en la película El
Padrino III y pusimos en boca del presidente algo así como: “Tienen un concepto
de la política como la del Padrino: piensan que la política es saber cuándo hay
que apretar el gatillo”, recuerda Moragas. Al asesoramiento de los politólogos
del PSOE, Zapatero sumó al experto en comunicación Miguel Barroso, a su primo y
profesor de Derecho José Miguel Vidal Zapatero y a José Andrés Torres Mora,
entre otros.
¿Y quién le escribe a Mariano Rajoy? Nexo común
circunstancial en el asesoramiento de tres presidentes, Jorge Moragas rompe
ahora con el tabú de la reserva y señala a los periodistas Ignacio Peyró, José
Ramón Barros y José Sánchez Arce. Conforman la llamada “unidad de discursos” de
la Presidencia. Un equipo que reporta sus borradores al mismo Moragas y al jefe
de gabinete, Abelardo Bethencourt, y estos los revisan o enmiendan. “Somos una
fábrica de papel.
También reescribimos los informes técnicos que nos vienen de
los ministerios en cuestiones sectoriales. El presidente pronuncia al año más
de un centenar de intervenciones a las que hay que sumar las de partido”,
explica Moragas. A Rajoy le gusta disponer de los textos con antelación para
hacer aportaciones, especialmente en temas económicos. “En eso es hasta
maniático”, añade Moragas. “¿El estilo de Rajoy? Nada de florituras, ni
licencias poéticas; prefiere un lenguaje sencillo y claro de frases cortas, sin
grandes subordinadas y con cadencias cómodas de lectura. En lo escrito es menos
irónico y elíptico, menos marianista, que en el habla”.
Los asesores de comunicación del palacio de la Zarzuela
saben bien que el único discurso real que vale es el que el Monarca pronuncia
efectivamente. De ahí, la advertencia: “¡Ojo, solo tiene validez cuando lo
lea!”, que acompaña a los textos repartidos con antelación. A diferencia de su
padre, Felipe VI improvisa y ajusta en función de las intervenciones que le
preceden. “Es meticuloso, corrige y hace anotaciones en los textos”, señala una
persona vinculada a la Casa del Rey. “El Gobierno no quita casi nada de sus
borradores salvo en el discurso navideño, porque ahí suele pretender que el Rey
pondere más los logros y transmita mayor optimismo”.
La Zarzuela tiene a su disposición a los funcionarios de la
Administración del Estado y a las embajadas para recabar datos e informes, pero
los discursos de enjundia y calado acostumbran a encargarse a especialistas en
la materia. Francisco Tomás y Valiente, jurista asesinado por la banda
terrorista ETA en 1996, y el ensayista Pedro Laín Entralgo escribieron muchos
discursos para la Casa Real.
Como también lo han hecho los presidentes de las academias
de la Lengua y de la Historia; el director del Instituto Cervantes, Víctor
García de la Concha; los diplomáticos Alberto Aza, Ricardo Díez-Hochleitner y
Alfonso Sanz Portolés. “Hay directores de periódico y exministros que han
escrito para el Rey, pero Felipe VI tiene también amistades en el ámbito
cinematográfico que colaboran gustosos con él”, prosigue la misma fuente. “No
me imagino a ninguna de esas personas pidiendo ser remuneradas; todo lo más
desearían ser distinguidos con una audiencia, una condecoración”.
En paralelo, cada vez afloran más asesores de comunicación
autónomos, como Fran Carrillo (La Fábrica de Discursos), Daniel Ureña (Mas
Consulting), Luis Arroyo, David Redoli o María José Canel. Trabajan,
indistintamente, para partidos y empresas. Los políticos españoles siguen
primando la complicidad ideológica. “Haya o no afinidad política, lo importante
es que el escritor conecte con el orador y sepa embellecer sus palabras,
dotarlas de historia, garra y expresiones para cosechar el aplauso”, explica
Luis Arroyo, que en su día trabajó en la campaña triunfante de Zapatero y para
la exvicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. “Aplicamos el método
teatral: dos o tres actos, cuatro máximo, y jugamos con las anáforas, las
aliteraciones, las antítesis y las listas de tres –al modo ‘Dios, patria,
justicia’– que ya practicaban los antiguos griegos. Esto es un arte. No se
improvisa”.
Para el responsable de discurso de Podemos, Jorge Moruno, 34
años, asesor de Pablo Iglesias desde los tiempos en que empezó a darse a
conocer en la televisión, el discurso político es inseparable del análisis.
Moruno otorga un significado fundacional al discurso de La marcha del cambio
del 31 de enero de 2015. “La expresión ‘asaltar los cielos’ es de Carlos Marx y
la frase ‘hay que creer en nuestros sueños con la obligación de llevarlos a
cabo’ está tomada de la Revolución Francesa. ¿Que si Iglesias y Errejón
modifican mucho los borradores que les pasamos? Son buenos comunicadores,
revisan e incorporan sus cosas”.
José Luis Zubizarreta fue asesor del lehendakari vasco José
Antonio Ardanza y hace honor al principio de que la grandeza de un discurso
debe sostenerse en los valores, apuntar alto y llegar al corazón. Comparte con
Ardanza el mérito de haber acuñado conceptos hasta entonces inéditos en el
nacionalismo vasco. Suyos son el razonamiento autocrítico “los nacionalistas
hemos creído que los vascos éramos solo nosotros”; la aseveración de que el
problema de ETA no era un problema de España contra Euskadi, sino “de vascos y
entre vascos”; así como la declaración “de ETA nos separan no solo los medios,
sino también los fines” que abrió paso al Pacto de Ajuria Enea.
El exlehendakari figura en la selección de los 100 discursos
más interesantes de la historia realizada por el historiador Antonio Rivera
porque ante la Asamblea General del PNV y en el contexto del Pacto de Lizarra
explicó que el terrorismo de ETA no era el resultado de ningún conflicto, sino
el fruto de una mentalidad totalitaria. Aquello suponía atacar la buscada
comunión entre el PNV y el abertzalismo violento. La trayectoria de Zubizarreta
viene a avalar la trascendencia de los contenidos por encima del marketing. A
la satisfacción silenciosa con que los escritores de discursos ven sus palabras
brotar de la boca de los políticos, algunos pueden añadir el galardón de haber
contribuido a la difusión de los valores.
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